Un vínculo que nos marca de por vida
La estabilidad emocional adulta está estrechamente ligada a la manera en la que nos relacionamos con nuestra madre al nacer
Hay personas que tienen una habilidad natural para entablar y mantener relaciones de pareja o hacen amigos con facilidad, y a otras no les resulta tan sencillo; también existen las que se escudan en la hostilidad para que nadie se les acerque, todas estas formas de interactuar se determinan desde la cuna.
La primera historia de amor de los seres humanos comienza al nacer; en ese momento ocurre el primer vínculo entre la mamá y el bebé, este se va fortaleciendo durante los dos primeros años de vida y de esa conexión depende el desarrollo de la personalidad.
La lactancia, los besos, las caricias y la atención de las necesidades del recién nacido funcionan como vitaminas que nutren la parte emocional, su huella permanece hasta la vida adulta e influye en la forma de adherirnos afectivamente con otros y en la capacidad de amar.
Desde los cero hasta los cuatro años de vida, se da un crecimiento de estructuras cerebrales que serán responsables del funcionamiento emocional, conductual, social y fisiológico para el resto de la vida. Por ello la importancia de que las experiencias de vinculación sean saludables.
“Desde el nacimiento hasta los 18 meses de edad ocurre una interacción de la madre o el cuidador con el niño, que le brinda herramientas de seguridad para que pueda enfrentarse con madurez a las etapas siguientes”, explica el pediatra y especialista en siquiatría infantil Max Figueroa Malavassi.
Después de la sexta semana hasta el sexto u octavo mes, se apega, ya conoce a quien le es familiar, interactúa, sonríe y se tranquiliza cuando está con su madre. Posterior al octavo mes hasta el año y medio viene el apego bien definido, ya no se angustia en extremo por la ausencia materna porque sabe que ella regresa.
Cuando el apego se da sobre una base de seguridad los pequeños crecen estables, independientes; en cambio, cuando el ambiente está dominado por la negligencia, la ausencia del cuidador y la hostilidad, ocurren los apegos distorsionados que se traducen en dificultades futuras para relacionarse, concluye.
Creando un molde biológico
La empatía, el afecto, el deseo de compartir, la capacidad de amar y ser amado, en general características de una persona asertiva, operativa y feliz, están asociadas al apego originado en la niñez temprana.
Basados en como las personas responden en relación con su figura de apego cuando están ansiosos, los investigadores Ainsworth, Blewar, Waters y Wall, definen tres patrones relevantes y las condiciones familiares que los promueven, el estilo seguro, el ansioso-ambivalente y el evasivo.
• Los niños con estilos de apego seguro, son capaces de usar a sus cuidadores como una base de seguridad cuando están angustiados. Su madre o encargado es sensible a sus necesidades, por eso, tienen confianza que estarán disponibles, que responderán y les ayudarán en la adversidad. Estas personas tienden a ser más cálidas, estables y con relaciones íntimas satisfactorias.
• Los niños con estilos de apego evasivo, exhiben un aparente desinterés y desapego a la presencia de sus cuidadores durante periodos de angustia. Tienen poca confianza en que serán ayudados, poseen inseguridad hacia los demás, miedo a la intimidad y prefieren mantenerse distanciados de los otros.
• Los niños con estilos de apego ansioso-ambivalente, responden a la separación con angustia intensa y mezclan comportamientos de apego con expresiones de protesta, enojo y resistencia. Debido a la inconsistencia en las habilidades emocionales de sus cuidadores, no tienen expectativas de confianza respecto al acceso y respuesta de sus cuidadores.
Fuente:
http://www.perfilcr.com/contenido/articles/2952/1/Un-vinculo-que-nos-marca-de-por-vida/Page1.html
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